Alberto San Juan porta a escena una versió lliure de la novel·la homònima de Cristina Morales ambientada a Barcelona: quatre dones amb discapacitat intel·lectual, davant del sistema.
Una bomba dissenyada per rebentar el concepte de discapacitat i reivindicar el dret de tot allò viu a governar-se a si mateix. Quatre dones sotmeses a tutela pels serveis públics de benestar. Una escapa. Una jutge la persegueix. Una història intensament còmica i tràgica on el cos és el centre de tot, el lloc de l'opressió i l'únic lloc des del qual és possible emancipar-se.
"Lectura fácil és una adaptació teatral de la novel·la homònima de Cristina Morales. Un text que ha rebut el Premio Nacional de Narrativa 2019 i ja va per la seva no-sé-quina edició. Un artefacte explosiu que ha de mantenir la potència inflamable en passar del llibre a l'escenari.
Lectura fácil és una comèdia sobre quatre noies que comparteixen pis. Un relat sobre quatre persones no normals, és a dir, amb grans dificultats per adaptar-se a les normes. Quatre persones marcades per diferents diagnòstics de discapacitat associats a trastorns mentals: Nati, Patri, Ángeles i Marga. Una jutgessa obre un procés per decidir si cal procedir a l'esterilització forçosa de Marga. Marga escapa i ocupa una casa abandonada. La policia inicia la cerca.
Lectura fácil és, almenys en aquesta versió, un relat sobre el desig de viure i les dificultats de dur-ho a terme en un sistema dissenyat contra allò viu. Un sistema que determina què és la vida, qui la pot viure i com. Lectura fácil és un relat sobre el poder i la necessitat de riure-se'n mentre xoquem contra el mur en intentar obrir un foradet per on treure el cap a la vida. Encara que com diu Cristina Morales que diu Mónica Valenciano, per desplaçar els murs, exteriors i interiors, a més d'empènyer o xocar, també es pot provar d'acariciar. Les estratègies per eixamplar els espais vitals necessaris són infinites. Continuem explorant."
Alberto San Juan
Decía Michel Foucault que, a finales del siglo XVIII, los Estados empezaron a controlar nuestros cuerpos. No contentos con dominar la geografía, se abalanzaron también sobre la biología. No satisfechos con la geopolítica, inauguraron la biopolítica. El marqués de Sade es, probablemente, el primer insumiso literario ante esas nuevas formas de opresión. Y ése es el testigo, corporal e insurrecto, que recoge Cristina Morales en Lectura fácil (2018), una novela sobre cuatro mujeres con discapacidad intelectual que viajan desde una imaginaria Arcuelamora, en el sur español (Andalucía, se entiende), hasta un piso tutelado en la Barcelona del procés. Cuatro mujeres que frecuentan los ateneos anarquistas y okupan una casa abandonada, que desafían la esterilización forzosa de una de ellas con fantasías pospornográficas, que lanzan un clamor antiestatista desde los márgenes biológicos y territoriales del poder, que acaban siendo la misma cosa. La Lectura fácil de Morales triunfó por eso, por su profunda coherencia en la insolencia, porque nos recordaba los orígenes catalano-andaluces del anarquismo español con una historia orgullosamente charnega, porque abominaba del Estado mientras escupía al mercado, porque atacaba al fascismo de a pie y al antifascismo de moqueta, porque se reivindicaba feminista y lujuriosa, empoderada y discapacitada.
Alberto San Juan adaptó, en noviembre pasado, la novela de Morales para el Centro Dramático Nacional. E introdujo dos grandes cambios que madrileñizaron y masculinizaron la historia, convirtiéndola en otra cosa: una amable comedia política, marca del Teatro del Barrio, con transiciones más confusas y arcos dramáticos peor medidos que otras veces en San Juan. Una novela-grito transformada en teatro-carcajada. Porque San Juan traduce políticamente la historia de Morales a la jerga amable del público integrador que, en la novela, era tachado de macho, facha y liberal por el mero hecho de integrar, y que hoy aplaude (aplaudimos) tranquilamente la función. La Lectura fácil de San Juan, por así decirlo, puede gustar a los defensores del Estado y a los del mercado. Y eso tiene algo de victoria pírrica que conviene explicar.
Llevar la historia a Madrid es un auténtico terremoto. No sólo pulveriza los ecos históricos del anarquismo descentralizado de Morales. No sólo borra la micropolítica, rabiosamente anti-podemita y anti-cupera, en que se posicionaba la novela. También hace incomprensibles algunos de sus guiños ideológicos más quirúrgicamente catalanes. Como el homenaje póstumo a Patricia Heras, artista posporno y activista queer, en el fanzine que atraviesa la novela y que conecta a los personajes de Morales con el universo okupa de documentales como Ciutat morta (2013). Tampoco se entiende, desde la capital, el malicioso colofón del manuscrito, datado en Barcelona el 11 de septiembre de 2017, es decir, la Diada previa al referéndum del 1 de octubre, pero no para aludir al procés, sino para celebrar la liberación, tras 25 años de cautiverio, de la bailarina Maritza Garrido-Lecca, miembro de Sendero Luminoso, en un monumental corte de mangas, latino, terrorista y comunista, al catalanismo que Morales desprecia durante toda la novela. Guiños así politizan Lectura fácil en la misma medida en que la catalanizan, convirtiéndola en una novela radicalmente barcelonesa y anti-catalanista. Y esa tensión se pierde con el gratuito viaje de San Juan al centro de la península, que no era el centro de la historia, geopolitizando a Morales en unas coordenadas, sencillamente, ajenas.
También sorprende la masculinización escénica. San Juan añade tres monólogos de cosecha propia, dos de ellos protagonizados por hombres, que abundan en el chascarrillo castizo y varonil al que nos tiene acostumbrados en las dramaturgias del Barrio, bromeando con los escarceos de un sábado noche o recordándonos, en un seco sin llover, que 1492 fue el año de Nebrija y de Colón, de la gramática y del imperio. Y cuesta entender esos añadidos al compacto universo narrativo de Morales, no porque los golpes de humor no funcionen, sino porque introducen una risa ahombrada en un relato rabiosamente femenino, estampando la firma sanjuanesca en una indiscreta esquina del cuadro.
Lo mejor, sin duda, son las actuaciones. Ocho intérpretes, con y sin diversidad funcional, perfectamente afinadas y compenetradas, con dirección de movimiento de la propia Morales y su compañía, Iniciativa Sexual Femenina. Convencen las actrices neurotípicas fingiendo no serlo, como la estólida Marga de Carlota Gaviño, la viperina Nati de Estefanía de los Santos o la Patri de Pilar Gómez (que ya vimos en el Mundo obrero del propio San Juan) montando jocosamente en cólera. También las actrices con diversidad funcional, como la Ángeles de Anna Marchessi tecleando en voz alta su novela por WhatsApp o la jueza de Desirée Cascales, autoironizando sobre su discapacidad. Y no hay buenismo capacitista en decir que están todas muy en su sitio y que salvan la función de sus altibajos, junto al Ibrahim de Marcos Mayo y el Antonio de Pablo Sánchez. Resulta más discreta, en cambio, la escenografía carcelaria de Beatriz San Juan, un semicírculo de piedra alta y grisácea, metáfora bovarística pero eficaz del vigilar y castigar, cuya inmensidad diáfana desdibuja a veces la estructura espacial del drama. Todo ello acompañado por la música original de Fernando Egozcue, otro habitual de San Juan, que tiene su mejor momento en una pieza de repertorio, El Vito citado en la novela de Morales que, esta vez sí, suena igual de bien en Lavapiés que en la Barceloneta.
Más allá de su reputación subversiva, la Lectura fácil de San Juan en el Lliure se suma a una tendencia perfectamente institucionalizada o, si se quiere, a la moda de los últimos años de llevar al escenario, la página o la pantalla a personas con algún tipo de discapacidad. Películas como Campeones (2018) de Javier Fesser o piezas teatrales como Supernormales (2022) de Esther F. Carrodeaguas, Mare de sucre (2021) de Clàudia Cedó, Esta breve tragedia de la carne (2018) de Angélica Liddell o The 120 Days of Sodom (2017) de Milo Rau han trabajado con repartos funcionalmente diversos. Con Lectura fácil, Morales añadió un clamor libertario a la autoafirmación discapacitada, amortiguado por San Juan con un montaje apto para todos los públicos. De todo ello queda la feliz diversificación de los cuerpos en escena, con sus buenos momentos de humor y de calidez humana, que bienvenida sea. Pero también queda la extrañeza, en su gira catalana, de una historia nacida en Barcelona y abruptamente disfrazada de chulapa. Eso sí, con el consenso de la propia Morales. La geopolítica de la historia, para un servidor, era muy otra. Y la rebeldía de los cuerpos daba para algo más que una felación puramente porno (sin el ‘post’). El talentoso San Juan ha tenido, sin duda, montajes más inspirados. Por suerte, estaba muy bien acompañado, como siempre.