A La Brutal hem decidit seguir la nostra línia d'actualització de clàssics fent una revisió de Romeu i Julieta de William Shakespeare. I per fer-ho, ens hem envoltat del bo i millor del teatre català: Joan Yago, aclamat dramaturg de la Calòrica, ens farà adaptació i el Yannick Garcia Porres ens farà una nova i necessària traducció. La nostra serà una versió contemporània i poc romàntica del text de Shakespeare. Els nostres Romeu i Julieta seran dos joves que s'enamoraran i posaran les seves vides en perill, i que convertiran el seu amor en un crit desesperat per deixar en evidència l'absurditat de l'odi que enfronta a les seves famílies. Volem fugir d’allò anecdòtic i capriciós que té l'amor romàntic i fer-los més conscients i actius en la recerca d'un nou paradigma. I tot explicat amb la bellesa de la paraula de Shakespeare, més viva que mai, que ens emocionarà i ens portarà a reviure la història d’amor més famosa de tots els temps, ara amb l’especial enfoc que La Brutal dona als seus espectacles.
Una de las prerrogativas del director es colocar el foco sobre aquellos personajes o temas que más le inquietan, en especial cuando se adentra en el repertorio clásico, como un Romeo y Julieta. En la adaptación dirigida por David Selvas el spotlight iridiscente ilumina a Mercucio. Mientras la obra se mueve en el terreno de la comedia, es su ingenio y osadía vital los que ocupan el centro de la función. David Selvas, de la mano de Joan Yago, sólo subraya un protagonismo que el propio Shakespeare integra al marcar con su muerte la frontera entre la comedia y el drama.
Selvas no ha elegido a cualquier actor. Mercucio es Guillem Balart, hace unos meses el príncipe Hamlet en la versión de Oriol Broggi. Y su aparición no es discreta, sólo basada en el brillo de sus líneas. En el Poliorama es un manifiesto estético; versión refinada de la drag imaginada por Baz Luhrmann, entre Samantha Hudson pasada por un internado suizo, Ziggy Stardust vestido por Yamamoto y un Puck contemporáneo, ideal para revolucionar el instituto Las Encinas de la serie Élite. Un estandarte queer que Balart defiende con una auténtica exhibición de poder escénico.
Desaparece Mercucio y la función se precipita con buscada velocidad cinematográfica hacia su desenlace trágico. En este momento se percibe que más allá de la resignificación de este personaje la mirada de Selvas se mueve en unas coordenadas bastante conciliadoras con aspectos de la obra que quizá se podrían releer hoy en día de manera más crítica. No se cuestiona el amor romántico o que Julieta tenga 13 años. Como si se decantará más hacia el fenómeno Wattpad y su nueva ola de novela romántica para adolescentes que hacia los ensayos de Eva Ilouz o Anna Machin.
Es una elección, como cualquier otra. Pero puede concitar como mínimo alguna pregunta cuando se hace hincapié que la obra quiere acercarse al universo del público más joven. ¿Qué hay detrás de esa pretensión? Cierto, domina el conflicto paterno-filial -incluso con remarcada violencia- sobre el trasfondo de guerra tribal, y la saturada paleta cromática, la lista de Spotify y la diversidad de género remiten a series de éxito generacional como Élite, pero el aliento trágico del romanticismo no se toca. Quizá es ineludible. Entonces, ¿por qué Romeo y Julieta? ¿Nada ha cambiado en las relaciones sentimentales en cinco siglos? En esa urna de amor momificado quedan encerrados la Julieta de Emma Arquillué y el Romeo de Nil Cardoner. Como si Mercucio estuviera en el presente y Romeo y Julieta en una eternidad difusa. Una dicotomía que sobrevuela toda la función y que se podría ejemplarizar con ese dealer chandalero que le ofrece a Romeo no una papeleta de jaco sino un frasco de veneno de boticario.