Sucia

informació obra



Autoria:
Bàrbara Mestanza
Direcció:
Bàrbara Mestanza
Intèrprets:
Bàrbara Mestanza, Nacho Aldeguer
Sinopsi:

A Espanya es registren 32 denúncies al dia per agressió i abús sexual. El primer trimestre del 2020 es van registrar gairebé 100 denúncies més que el mateix trimestre del 2019, i amb el confinament han augmentat els casos d’abús intrafamiliar més que mai. Sucia parla de l’abús posant el focus no tan sols en l’experiència viscuda per la víctima, sinó també en la manera com acompanyem aquest tipus d’experiències. Un abús explicat de manera que l’agressor és interpretat per una dona i la víctima és interpretada per un home. Un joc de canvi de rols que activarà la sensació col·lectiva d’empatia. Dues històries que succeeixen alhora sobre el mateix escenari, tot i que el públic només podrà escoltar un dels relats. Una cabina transparent insonoritzada separarà els dos intèrprets i el públic podrà escollir entre anar al teatre a escoltar-ne un mentre observa com es produeix l’altra història de fons o connectar-se a una pàgina web porno per veure en directe la història que s’està narrant a l’interior de la cabina.

Crítica: Sucia

20/05/2023

Psicodrama, docudrama, mockudrama

per Gabriel Sevilla

Hace un siglo que el teatro salió de los teatros para echarse al camino. Y lo hizo en dos direcciones: hacia fuera y hacia dentro. Hacia fuera, el teatro se convirtió en tribunal y en Parlamento. Se politizó, se partidizó y se mediatizó, escenificando mítines, actas judiciales y noticieros en blanco y negro. Hacia dentro, se transformó en diván. Sirvió para dramatizar los traumas en vez de recitarlos, para ponerle pies al largo canapé freudiano, convirtiendo a sus postrados pacientes en actores y actrices. Hoy todo el mundo conoce el primer camino. Se sabe los nombres de Bertolt Brecht, Erwin Piscator y sus teatros épico, documental y político. Son menos los que recuerdan, en cambio, a Jacob Levy Moreno, aunque les suene la terapia teatral del psicodrama o continuadores más populares como Pavlovsky (Eduardo, no Ángel). Pero lo cierto es que tanto los primeros como el segundo llevaron por los caminos al teatro del siglo XX, reventaron la cuarta pared hacia fuera o hacia dentro y renegaron de Aristóteles. Mientras Brecht boicoteaba la catarsis, Moreno la colectivizaba. Las dos vías, sin embargo, avanzaron sin apenas tocarse. Lo más cercano a un encuentro fue el Marat/Sade de Peter Weiss, donde los internos de Charenton ensayaban un psicodrama moreniano dentro de un drama épico brechtiano. Teatro dentro del teatro para devolver, por un momento, al escenario los dos caminos que lo habían abandonado.

Bárbara Mestanza ha juntado esos dos caminos en Sucia. Ha usado el escenario para psicodramatizar el trauma que sufrió en 2015, en una herboristería de Madrid, donde fue a darse un masaje y sufrió el abuso sexual del masajista. Pero también ha usado el teatro para documentar y politizar su curación, en primera y tercera persona, mostrándonos sus pesquisas para encontrar, años después, a su abusador, mientras se entrevistaba con periodistas, juezas y psicólogas especializadas en violencia machista. Y en medio de todo eso ha dejado entrar ráfagas del humor mediático y socialmediático donde se libra día a día la batalla cultural de la sexualidad, pantalla mediante. Un cóctel de muchos grados que emborracha, deja resaca y puede revolver el estómago, pero que no deja indiferente.

Del psicodrama, Mestanza explota casi cada recurso. Empezando por un sencillo pero eficacísimo cambio de roles, haciendo a un hombre hablar por ella, esquivando el cliché de la pobre víctima mirando a platea para masculinizar el sufrimiento y la responsabilidad del sufrimiento, preguntándose si entenderíamos mejor su trauma con voz blanca o grave. El juego terapéutico sigue, fantaseando diálogos con los ausentes. Con el masajista abusador, a quien Mestanza dedica un escalofriante poema infantil por interposita persona. Con la ex pareja que no supo escuchar, a quien rebate hasta culminar en un portentoso unsex me here ladymacbethiano. Consigo misma hace años, mirando de hito en hito a platea. O con el género masculino al cubo, convocado a una disculpa masiva en Plaça Catalunya, o sea, a una terapia de grupo, o sea, a una catarsis colectiva que, a falta de plaza pública, incluye arriesgadas colaboraciones con el público en la sala.

La parte documental es más clásica. Sucia ejerce el docudrama cuando filma las llamadas de Mestanza a los teléfonos que podrían ser de su abusador, dando un aire de thriller a la caza y captura de una improbable frase de perdón. Pero también hay documental didáctico en los encuentros con periodistas de investigación como Núria Juanico, especializada en abusos sexuales en el mundo del teatro, o con la jueza Victoria Rosell, delegada del Gobierno contra la Violencia de Género, o con la psicóloga Anna Planadevall, experta en atención a víctimas de abusos. El viejo Lehrstück brechtiano de nuevo en boga, el momento pedagógico piscatoriano, la escena-pupitre cubriendo las insidiosas lagunas entre el ‘no es no’ y el ‘sólo sí es sí’, sin dejar de entrelazarse con la escena-tribunal cada vez que Mestanza apunta a cámara o a platea y dispara.

El tercer registro, que cruza la función de cabo a rabo, es la batalla cultural de la telerrealidad, de la mensajería instantánea o de los memes en dos y tres dimensiones, de Mariano Rajoy en vídeo a Donald Trump en látex. Pero también la revisión de una educación sentimental que romantiza el estupro con dulces niñas Carolinas como la canción de M-Clan. Mestanza satura la pantalla plisada de su telón de foro con una tormenta de referentes y un fresco argot millennial mientras abjura de su propio millennialismo, afirmando y negando el relato generacional, pulverizando también los clichés etarios con el anacrónico martillo neumático de un bakalao valenciano más propio de sus mayores de la Generación X, y rematando su enmienda a la totalidad con la terapia no teatral de un anger room.

El escenario es todo metáfora. Paola de Diego diseña un cortinaje y una larga alfombra rosada, con aires de siniestro cumpleaños infantil, para que Mestanza barra la suciedad que la hace sentir sucia bajo el estereotipado color de la feminidad. Y para que, poco a poco, la alfombra se levante y descubra una superficie bruñida que devuelve a la actriz su propia imagen, permitiéndole pasar del autoodio y la autocrítica a la autoafirmación. Sobre esa moqueta chicle brilla Pep Ambròs haciendo de Mestanza, de ex pareja de Mestanza y de una larga y paródica galería de secundarios que no dejan decaer la función. Y uno se encoge ante la víctima haciendo de sí misma, explicando su trauma con una honestidad perturbadora y una autoironía que la salva del egocentrismo, el egotismo y la autocomplacencia. Mención especial, en ese viaje al abismo, para el espacio sonoro de JUMI, que trabaja la metáfora del acúfeno, evitando subrayados melodramáticos para acercarse al paisaje sonoro y la música concreta, estética e históricamente más cerca de Brecht, Piscator y Moreno y, probablemente, de una parte de la platea.

Sucia llega a Barcelona tres años después de su estreno en el Festival Temporada Alta de Girona y de su paso por el Teatro de la Abadía de Madrid. Cuesta entender que la ciudad donde Mestanza se ha formado como actriz, directora y dramaturga haya tardado tanto en contratar una propuesta de este voltaje dramático y esta rabia política. Agradecimientos al Teatre Akadèmia por su acertadísima programación. Sucia recuerda, además, a exitosos montajes de los últimos años, como el Instrumental de Iván Morales en el Espai Lliure de Montjuïc en 2019, basado en la durísima autobiografía de James Rhodes, con Quim Àvila haciendo de un Rhodes que nos recordaba las escalofriantes cifras de abusos sexuales en nuestro país. Mestanza va un paso más allá, interpretando su propio drama y espetándonos, al acabar la función, el número de espectadores en la sala que han reconocido, en encuesta anónima a través de sus móviles, ser víctimas de abusos: 18 personas de un aforo casi completo de 100. Sucia es una función abrumadora por innegociable. Un borbotón que no separa lo ético de lo estético, lo personal de lo político. Catarsis, distanciamiento y carcajadas. Psicodrama, docudrama y mockudrama. Un feliz retorno al teatro, entre risas amargas, de los dos caminos que huyeron de él hace cien años.