Com tantes parelles de la seva edat, la Júlia i en Pau esperen, il·lusionats, l'arribada d'un nadó que ja porta cinc mesos de gestació. Però un dolor inesperat els porta a la consulta del metge i, uns dies després, a haver de fer front a una realitat terrible: la criatura que parirà la Júlia no pot sobreviure. La història de superació d'aquesta parella i la manera com tots hem d'aprendre en algun moment a fer front a les pròpies pors són el centre d'aquesta proposta dramàtica, signada per una dramaturga que ja ha passejat les seves creacions (com ara Tortugues: la desacceleració de les partícules, premi Butaca al millor text teatral, o L’home sense veu) per festivals i sales de petit format.
Clàudia Cedó, però, no és només una autora revelació, sinó també una creadora que, mitjançant el projecte Escenaris especials, s'ha endinsat en el teatre comunitari i ha utilitzat l'escena (i la seva llicenciatura en Psicologia) com a eina d'integració social, implicant persones amb discapacitat mental en la creació escènica.
Premi a espectacle dels Premis de la Crítica 2018Sergi Belbel, finalista a direcció dels Premis de la Crítica 2018
Vicky Luengo / Maria Rodríguez, premi exaequo a actriu principal dels Premis de la Crítica 2018
Clàudia Cedó, premi al text dels Premis de la Crítica 2018
Finalista Crítica Jove dels Premis de la Crítica 2018
La sala baja de la Beckett se ha convertido en un descampado. Neumáticos, latas, plásticos y otras basuras indefinidas tiradas sobre un campo de arena. Para sentarnos en las cuatro gradas dispuestas en forma de rectángulo tenemos que pisarla. De hecho, los espectadores de las primeras filas la pisan todo el rato. Pero no se trata de una arena fina y volátil como la de los montajes de Oriol Broggi. Esta es gorda, molesta, de esa que se clava en los pies descalzos. Y que duele.
Se apagan las luces. Movimientos rápidos y un rostro de cara tapada. Una sombra que atormenta. Lo que empieza con toques de thriller pronto pierde el misterio con un final anunciado. Y es entonces cuando nos acerca a algo mucho más humano. La desgracia de Júlia, la protagonista, es tan común y sufrida como la muerte de un hijo no nato. Pero en realidad, su tristeza es aplicable a cualquiera de esos golpes sin sentido que de pronto nos azotan inesperada e implacablemente. Con la protagonista de esta historia emprendemos un viaje hacia los recuerdos turbios, miramos el pesar cara a cara. Y por el camino lloramos, reímos, nos sorprendemos y nos emocionamos.
Nos guía en este viaje Júlia 2, la conciencia de Júlia. Con una enorme compenetración, Vicky Luengoy Maria Rodríguez se intercambian ambos papeles en cada representación. Las dos se muestran jóvenes y vitales, lúcidas y espontáneas. Pero si la Júlia “real” – Luengo en mi función- vive el miedo de forma más intensa, su segunda mitad aporta el optimismo. Rodríguez utiliza su condición irreal para regalarnos en toda su corporalidad un caramelo de personaje juguetón, carismático, impetuoso y sin pelos en la lengua.
Les acompañan en escena 4 actores que interpretan ellos solos a todos los que las rodean. Pep Ambròs, Xavi Ricart, Queralt Casasayas y Anna Barrachina encarnan con contención y naturalidad a los médicos y a la familia de Júlia, mostrando los diferentes puntos de vista ante la situación a la vez que dotándoles de humanidad y complejidad en los detalles más aparentemente insignificantes. Se crea además una subtrama entre dos de los personajes –con incluso una canción interpretada en directo por Barrachina- que trata también el metateatro, a través de cuestionamientos vitales que aparecen en paralelo a la historia de Júlia y que universalizan su tragedia.
Los grandes artífices de estos 90 minutos de poética intensidad son Claudia Cedó y Sergi Belbel. La primera, autora del texto, rompe el tabú con valentía para contar una historia que ella misma vivió en primera persona. Además, y después de L’home sense veu, vuelve a demostrar una sensibilidad extraordinaria en sus palabras. El humor, el otro gran pilar de la obra, aparece en los momentos exactos desde la cotidianidad y la riqueza de los personajes. Por su parte, el director le da un ritmo fresco y dinámico, y aplica la dosis justa de emotividad sin caer en el melodrama. Y por supuesto le otorga una maravillosa y metafórica belleza visual, que completa la pieza a través de un nuevo personaje que evoluciona con la trama: la hermosa escenografía de Max Glaenzel acompañada de la técnica de Kiko Planas (luz) y de Jordi Bonet (sonido).
Durante el espectáculo, Júlia consigue encontrarle la belleza a lo imperfecto. Puede que nosotros, vibrando con ella, aprendamos también a convivir y valorar las piezas desencajadas. Y es que con Una gossa en un descampat no solo asistimos a una obra necesaria, sino que nos dejamos llevar por un precioso viaje de reconciliación con la vida.