Strindberg presenta un matrimoni burgés de dos fracassats: ell un militar deixat de banda en les promocions, i ella una actriu que ha abandonat una carrera teatral, probablement molt mediocre. Després d’anys de vida en comú, no tenen ja res a dir-se, i estan morts a una casa que sembla més una presó. Arriba de visita un tercer personatge i la seva presencia es rebuda com una benedicció del cel. Tornen a tenir possibilitats de conversa, marit i muller troben en ell un interlocutor per confiar-li l’infern on viuen. Aquest infern arrossega el visitant, i es troba envoltat, contra la seva voluntat, en aquest remolí de misèries.
Edgar es un moribundo militar cuya carrera ya está decayendo. Con su carácter altivo y arrogante, el protagonista de Dansa de mort, texto escrito hace más de un siglo por August Strindberg, intenta permanecer en un pasado en el que la vida parecía más dulce. Aislado en una torre y sin apenas tener contacto con el exterior, su única acompañante es Alicia, su mujer, una actriz que se quedó en aspirante con quien ha compartido 25 años de agonizante matrimonio. La rutina y el aburrimiento en el que conviven, tan solo sostenidos gracias a la discusión y el daño que se infligen mutuamente, parecen tener solución en la llegada de Carles, primo de Alicia y amigo de juventud de Ricard. Sin embargo, el visitante pronto se verá arrastrado y manipulado por la tormentosa relación de sus anfitriones.
Jordi Casanovas dirige por primera vez en Catalunya este inquietante texto de final inesperado. En su puesta en escena, los personajes aparecen en el medio de la sala encerrados en un escenario en forma de óvalo, con público que les rodea. Les acompaña una escenografía bastante desnuda conformada por tan solo algunos muebles y objetos antiguos. La iluminación fría y oscura así como el uso –por momentos ligeramente abusivo- de humo y música crean una atmósfera intrigante. Sin embargo, el ritmo de la propuesta resulta irregular, con una trama ya de por sí lenta cuya falta de velocidad se acentúa en los parones entre escenas y las muchas entradas y salidas de los personajes.
En cuanto a los actores, resultan magníficos los diferentes tours de force que se crean. Destacan la tensión y la incomodidad que se desprende entre Lluís Soler y Carles Martínez, que dotan a sus personajes de una fuerza totalmente opuesta. Si el primero se pone en la piel de un hombre violento e irascible, el segundo encarna un personaje tímido, apocado y casi tierno, una combinación que termina en explosión. Mercè Arànega completa el trío con una mujer que combina a la vez sumisión y carácter, miedo y orgullo.
Con estos elementos, Dansa de mort se convierte en una obra de cierta potencia diluida por en la lentitud del avance. Una propuesta interesante y bien realizada pero que no llega a implicar al espectador tanto como sería conveniente, al menos hasta el final. El sorprendente desenlace es quizás la parte más inquietante y a su vez, la que más nos hace reflexionar.