La Fama fa una crida perquè tothom vagi al gran mercat del món. Cadascú té un talent per comprar-hi el que vulgui, i l’haurà d’utilitzar per poder ser feliç. La Innocència i la Malícia acompanyaran els compradors. Entre els venedors, desfilaran figures com la Supèrbia, la Humilitat, el Plaer, la Penitència o el Desengany. Al mercat s’hi pot comprar de tot, des del Pensament fins a la Culpa. Mentrestant, la Música s’ho mira tot i va marcant els ritmes.
Calderón de la Barca va escriure aquest auto sacramental amb una funció explícitament litúrgica, en un context europeu de forts sacsejos ideològics. Sovint els trasbalsos dels nostres temps actuals no volen parlar amb els preceptes morals d’altres èpoques, però els personatges al·legòrics que protagonitzen El gran mercado del mundo continuen poblant les nostres realitats. I el nostre món, cada cop és un mercat més gran.
Finalista a espai escènic. Premis de la Crítica 2019
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Es innegable el papel que ocupa Calderon de la Barca en la historia teatral en castellano, pero los años pasan y determinados usos lingüísticos no resuenan en nuestros oídos con la misma belleza que sonaron tiempo atrás. A los pocos minutos quedan demostrado, con un monólogo que se hace largo del Padre de Familias, Jorge Merino. Si bien es cierto que el verso no suena igual en todas las interpretaciones, ni catalanes ni castellanos, simplemente es un punto en contra de todo actor y algo que se debería cuidar más. No hay color, a nivel de vocalización, tono, entonación, entre el monólogo de Culpa, Sílvia Marsó, con el citado de Merino.
Versos aparte, el montaje es un auténtico desfase, ver un auto sacramental convertido en una noche de desenfreno del antiguo mundo del Paral∙lel, entre plumas y desenfreno de todo tipo. Con un argumento tan conocido como manido por los siglos, la puesta en escena con una escenografía de Max Graenzel, que guarda para la parte final sus mejores bazas, es el único punto donde la mirada del espectador puede escapar de frases que abusan de simbolismos y que generan repeticiones innecesarias para alargar un más que esperado final.
Interpretativamente es muy desigual y discontinua. Nadie sobresale más allá de las vestimentas, diseñadas por Marian Garcia Milla, una mezcla entre el siglo de Calderon y la revista del Paralelo. Actores desaprovechados, que vagan por el escenario donde parece que buscan que alguien les marque el destino más allá del texto y una dirección discutiblemente invisible.
Y sí, el mundo gira, y ha dado unas cuantas vueltas desde 1635, los 'pecados' han dejado de considerarse tales pero uno no se salva así como así del perdón del público que no llenaba la Sala Gran y que quizás espere a ser redimido de puertas para fuera. Veremos si el juicio final gana más bondad por parte de la audiencia madrileña. La piedad está ahora en sus manos.