La plaça del Diamant. Carlota Subirós

informació obra



Dramatúrgia:
Carlota Subirós, Ferran Dordal
Direcció:
Carlota Subirós
Sinopsi:

La directora teatral Carlota Subirós ha dit algun cop parlant sobre Mercè Rodoreda que un dels grans mèrits de l'autora va ser saber acceptar i fer fructífer el trauma de l'exili provocat per la guerra civil. I sí, de fet va ser mentre estava exiliada a Ginebra quan Mercè Rodoreda va imaginar la novel·la que ara arriba a escena. La plaça del Diamant no és només una de les novel·les catalanes més conegudes, sinó una de les obres imprescindibles en l'Europa del segle XX i una creació universal. La novel·la retrata les vivències d'una dona humil del barri de Gràcia, entre la segona República, la guerra i la misèria del franquisme. I la protagonista té tant pes en aquest muntatge, que la interpreten no una, sinó onze actrius d'edats i perfils diversos, en una mena de calidoscopi escènic i femení que ens descobreix matisos i ens mostra constrastos de la vida de la Natàlia, però que també al·ludeix a les nostres vides, les de les nostres mares i les de les àvies. Perquè, com es transmeten i es transformen d'una generació a l'altra les vivències de les dones? Una mirada contemporània i la música en directe interpretada per la compositora Clara Aguilar són algunes de les altres claus d'un espectacle que és tot un repte escènic i que ens presenta la vivència universal d'una dona, des del desassossec i gairebé la bogeria fins al reconeixement de la identitat pròpia i l'acceptació del present.

A més de la proposta Amor, Fe Esperança (Grec 2005), Carlota Subirós havia estrenat al Grec Festival de Barcelona un altre muntatge sobre aquesta autora: Rodoreda. Retrat imaginari, una aproximació personal a l'escriptora a través dels seus textos que es va veure durant l'Any Rodoreda (Grec 2008). La directora és un dels noms imprescindibles de la direcció i la dramatúrgia catalana, tot i que des del principi de la seva trajectòria teatral no ha deixat mai de fer traduccions. Ha format part del Consell Assessor del Teatre Nacional de Catalunya i de l’equip de direcció artística del Teatre Lliure i va ser una de les fundadores (avui és col·laboradora) de La Perla 29. La seva posada en escena de La plaça del Diamant (debut de la directora al Teatre Grec) es veu el mateix any en què el col·lectiu d'experimentació sonora cabosanroque presenta també un muntatge inspirat en un altre text de l'autora, el recull de relats Viatges i flors.

Una producció del Teatre Nacional de Catalunya i el Grec 2023 Festival de Barcelona.

La funció del dia 16 de juliol, a les 22.00 h, disposarà d'un servei d'audiodescripció i acompanyament per a persones amb discapacitat visual.

Les dates de representació de La plaça del diamant han canviat per motius logístics a la muntanya de Montjuïc. Per garantir la qualitat tècnica de l’obra, així com la mobilitat a la zona, ens veiem obligats a canviar les dates de representació als dies 13 i 16 de juliol, a la mateixa hora.

Crítica: La plaça del Diamant. Carlota Subirós

05/10/2023

Rodoreda en Dolby 11.1

per Gabriel Sevilla

La plaça del Diamant es, sin duda, una de las novelas catalanas más adaptadas al teatro, el cine y la televisión. En los últimos años hemos podido ver más versiones de las que uno puede razonablemente recordar. Versiones teatrales como la del tricicle Paco Mir (2019) con dos Colometas en los teatros Victòria, Poliorama y Eòlia de Barcelona justo antes de la pandemia. Lecturas dramatizadas en castellano (Ana Belén, 2008) o en inglés (Jessica Lange, 2009) bajo la dirección de Joan Ollé por el centenario de Mercè Rodoreda. El recital de Lolita Flores (2014) en la versión española también de Ollé o la famosa adaptación catalana del mismo director con tres Colometas: la joven (Mercè Pons), la madura (Rosa Renom) y la anciana (Montserrat Carulla) en el Festival de Peralada (2004). Y por supuesto, la canónica adaptación de Josep Maria Benet i Jornet (2007) en la Sala Gran del TNC, de nuevo por el centenario rodorediano. O las más antiguas y ortodoxas de Francesc Betriu para el cine (1982) y la televisión (1983) con Sílvia Munt y Lluís Homar, quizá esta útima la más lograda de todas. Y eso sin contar las incontables producciones que circulan más allá de los grandes focos sin salir siquiera del circuito profesional. Por eso, cuando todo un Teatre Nacional de Catalunya decide coproducir, junto al Festival Grec, la enésima versión de uno de los clásicos más versionados de la literatura catalana, cabe preguntarse por qué. Cabe preguntarse, sencillamente, si veremos algo verdaderamente distinto a lo que ya hemos visto. La respuesta será afirmativa o negativa. Pero es razonable hacerse la pregunta.

Carlota Subirós y Ferran Dordal parecen haberse hecho, lógicamente, la misma pregunta. Y su respuesta es bastante clara: había que recuperar la voz de Natalia, protagonista y narradora de La plaça…, en primerísima persona del singular, con su pronombre personal y su nombre de pila, diciendo “yo” y escapando del tramposo mote de Colometa como de la jaula verbal del dueño de las palomas. Dicho y hecho, La plaça… de Subirós y Dordal se encomienda al torrente verbal de Natàlia tal y como lo escribió Rodoreda, esquivando algo tan escénico como los diálogos y recitando fielmente el monólogo interno de la novela. Y uno duda de que el estilo indirecto afirme más o mejor la voz de la protagonista que el estilo directo. Lo que sí produce es un efecto de lectura dramatizada, cuando no directamente de audiolibro, con su discurso constantemente interpuesto y el pesado latiguillo de los verbos de lenguaje.

Sería injusto, por supuesto, dejarlo ahí. Porque Subirós y Dordal ofrecen bastante más que un mero verbatim rodorediano. Las palabras de la novela se fraccionan en los diez timbres de las diez actrices que se van dando el relevo, frase a frase, sobre un paisaje sonoro de sintetizadores y samplers. Y el resultado es una novedosa Natalia intergeneracional y multirracial, lanzada a la polifonía minimalista de sus recuerdos, en una suerte de versión concierto de su monólogo interno. Como en una obertura, la clave sonora se da al principio: entra en escena Clara Aguilar, compositora e intérprete de la música en directo, y deposita una caracola de mar en el centro del proscenio, donde antiguamente iría la concha del apuntador. Es la caracola que Natalia escuchaba, al final de la novela, cuando iba a limpiar a casa de Antoni, antes de ser su ama y señora, imaginando el murmullo del mar. Y con ese sencillo gesto, que sustituye la concha del apuntador por la concha del molusco, la Sala Gran del TNC queda musicalmente apuntada para las siguientes dos horas, convertida en la cavidad inorgánica donde resuena la vida ausente, un espacio sonoro como un espacio mental, una envolvente Rodoreda en Dolby 11.1. Y es verdad que esto se parece muy poco a ninguna otra Plaça… que hayamos visto, aunque sean las palabras de Rodoreda de siempre.

El espacio escénico va de la mano del sonoro. La escenografía de Max Glaenzel abunda en la metáfora mentalista y compone una Plaça… instalativa donde los objetos y prendas en la vida de Natalia, fetichizados por el recuerdo (la moto de Quimet, el cabezal roto de la cama, la simbólica balanza de la escalera), van ocupando la diáfana Sala Gran, museizando los recuerdos de la protagonista, posdramatizando su imaginario popular, impugnando todas las recreaciones realistas o costumbristas que hubiéramos visto hasta ahora, que ven delatadas sus gravosas deudas con aquella voracidad descriptiva de posguerra o, más largamente, con el realismo clásico de Stendhal que Rodoreda veneraba sin rodeos. El prurito descriptivo de la novela se traduce, además, en una ingeniosa utilería microfonada que parece cobrar vida. Y más allá del peligro de vaciar y llenar una sala tan grande como la Gran, de reducirla a una desangelada página en blanco, hay hermosos hallazgos visuales en esta instalación de La plaça…

Lo mejor de la función, sin duda, son las once intérpretes que sonorizan a Rodoreda, un reparto de lujo que levanta con hermosas curvas tonales el peso audiolibresco del libreto. Su schönberguiana melodía de timbres, sin embargo, reparte sus frases según unas claves que no acaban de llegar a platea. Y uno intuye valiosos trabajos de interpretación perdidos. Sabemos que Yolanda Sey, por ejemplo, es “la Colometa del colomar”, la que encarna el gran símbolo zoológico de la novela, o que Vicenta Ndongo suele hablar de los “otros hombres” en la vida de Natalia, de Pere y Mateu como antónimos de Quimet, no tanto porque esos códigos se revelen claramente en escena como por las informaciones facilitadas por las propias actrices fuera de escena. La impresión es que Subirós ha compuesto un hermoso idiolecto para once iniciadas que se ofrece al público con opacidad psicodramática, de constelación rodorediana por y para las once médiums que invocan sus palabras desde algún lugar recóndito de sí mismas. Y uno siente que el proceso interpretativo se ha comido el resultado escénico, que el valioso pormenor del método de trabajo ha opacado el efecto de cara al público.

Lo que sí trasciende, interpretativamente, son los paisajes sonoros de Aguilar que sobrenadan las diez voces de sus diez compañeras. Aguilar nos saca del costumbrismo de la orquesta de Gracia que hacía bailar a Quimet y Natalia para sumirnos en un minimalismo glassiano, en una Plaça… percutida y atmosférica donde hasta los gritos de Natalia durante el parto (Neus Pàmies) se armonizan con la electrónica, melodizando aquellos estallidos munchianos que salpicaban de expresionismo la novela. Y es verdad que dos horas largas de sintetizadores y samplers pueden generar cierto cansancio auditivo. Pero no se puede negar que la música es cien por cien coherente con el espacio escénico, y que juntos descargan las mejores ráfagas de aire fresco de esta propuesta, que por momentos pone a Rodoreda en un interesante rumbo wilsoniano.

La plaça… de Subirós y Dordal, al final, deja un sabor agridulce. La promesa de renovación de su arranque va cediendo bajo el enorme peso de su literalidad novelesca. Se echa de menos, en la dramaturgia, el mismo riesgo que en la escenografía y el espacio sonoro. Un minimalismo verbal junto al minimalismo visual y musical. Y así respondería un servidor, personal y subjetivamente, la pregunta inicial. Para recordar las hermosas palabras exactas de la Rodoreda más admirada y conocida no hacía falta, quizá, una nueva y portentosa versión escénica. Y en caso de emprender la aventura, sería quizá más interesante trascender la literalidad consabida. Otra opción, por supuesto, es explorar tierras más ignotas del propio catálogo rodorediano, empezando por los textos escritos específicamente para el teatro.