Torna La Calòrica amb una peça sobre el Congrés de Viena (1814), la fi de l’Ancien Régime i la nostra societat capitalista neoliberal a la vora del col·lapse. Una comèdia grandiosa, frívola i, sobretot, rabiosament política.
Som en una trobada entre potències europees per liquidar el sistema estatal napoleònic. Menjar, menjar, menjar. Ballar, ballar, ballar. Espies que van i venen. Alguna conxorxa. Sexe. Meravelles vingudes d’arreu del món i encara més menjar per entretenir tots els assistents d’un congrés que recorda més una exposició universal que una taula de negociació.
He ido al Lliure de Gracia a ver lo último de La Calórica, Le congrès ne marche pas, y puedo deciros que me ha parecido una propuesta bastante más arriesgada pero bastante menos lograda que otras obras suyas. Yo no he salido tan entusiasmado como otras veces, a pesar de que tiene muy buenos momentos y a pesar de que acaba en alto y con mucha fuerza. Y, para mí, hay tres razones, dos más teatrales, incluso de texto, y una política, que ahora comentaré, que explicarían eso que para mí ha sido un altibajo.
Pero, resumiendo mucho, os podría decir que, en lo teatral, La Calórica ha dado un giro bastante fuerte hacia lo que Bertolt Brecht llamaba el Lehrstück o el teatro didáctico, dentro del teatro épico, incluso con un punto documental y sin llegar a la agitprop, pero apuntando. Y, políticamente, se han mojado más que nunca, en la dirección, además, de dos referentes que citaban ellos mismos, que son Mark Fisher y el Realismo capitalista, y Josep Fontana y su ensayo póstumo Capitalismo y democracia. 1756-1848. Cómo empezó este engaño. Así que voy por partes porque hay bastante que comentar.