Entre el Tigris i l’Eufrates, en aquell punt on va aparèixer la civilització occidental i que és, a la vegada, la porta d’orient, va néixer una de les històries més antigues del món, l’epopeia sumèria que recrea les vivències, cap al 2700 abans de Crist, de Guilgamesh, rei de la ciutat d’Uruk. Entre les tauletes de fang que van aparèixer a les restes de l’antiga Nínive i altres zones de l'Orient Pròxim hi havia fragments d’una obra, El poema de Guilgamesh, que conté algunes de les històries més populars del món occidental, entre les quals el cèlebre episodi del diluvi universal. És la història d'un home que va voler desafiar la mort i va somiar amb la immortalitat. Però aquesta història d’amistat i de descens als inferns que ha passat per tantes mans, que té tantes versions i que ha estat explicada per tantes boques i en tantes llengües diferents no té una única versió veritable, sinó moltes. D’aquí que, avui, es pugui narrar la història amb una certa llibertat, com fa Oriol Broggi, director artístic de La Perla 29, en un muntatge de gran format que promet transportar l’escenari del Teatre Grec als primers moments de la nostra civilització.
Un terra de sorra, una il·luminació lateral, la posta de sol, dansa i moviment, unes guitarres que ens recorden que, de fet, som a la riba del mar Mediterrani... Són elements que La Perla 29 ha fet servir sovint en els seus muntatges i que, en aquesta ocasió, també formaran part de la funció, durant la qual es potenciarà l’aspecte tel·lúric que ja té de per si l’escenari de Montjuïc. Diran el text, una recitació sòbria i tranquil·la ideal per ser escoltada sota un cel estelat, un repartiment excepcional d’actors i actrius disposats a oferir-nos una altra versió de la història, tan tranquil·la com plena de misteri.
Si se hubiera hecho el año pasado, este espectáculo podría haber sido vendido como la celebración de los 15 años de La Perla 29. El 16 es un número menos común -por alguna extraña razón nos gustan más los múltiples de 5-, pero lo cierto es que la nueva obra de Oriol Broggi y La Perla 29 con el que se ha abierto el Grec 2018 es un auto homenaje a la compañía, para y por sus seguidores. Arena, audiovisual, escenografía minimalista, música constante en directo, un caballo y la acordeón de Joan Garriga. Un sello propio e inamovible.
5 esmerados actores de la casa cuentan la historia escrita más antigua que se conserva, fechada en la era mesopotámica. Se trata del poema de Guilgamesh, semidios y rey de la ciudad de Uruk, quien emprende un viaje lleno de peligros para intentar derrotar al enemigo invencible por excelencia: La muerte. Entre dioses, gigantes, bestias y mujeres que solo sirven para satisfacer el deseo de los hombres, la historia de Guilgamesh nos recuerda que la vida es finita, y que el misterio de la misma ha sido cuestionado desde el principio de la humanidad.
Màrcia Cisteró, Ernest Villegas, Toni Gomila, Sergi Torrecilla y David Vert recitan la historia a modo de cuentacuentos y de forma demasiado estática. Reluce en momentos muy puntuales la única y mejor incorporación al lenguaje de Broggi: La coreógrafa Marina Mascarell les asesora en movimiento y hace que los intérpretes utilicen su cuerpo para representar las historias que cuentan. La idea es muy buena, pero los actores no son bailarines y el movimiento queda bonito pero escueto.
Desaprovechados quedan también el resto de actores (y animal) de primera línea, que aparecen en escenas muy breves con personajes nada desarrollados y totalmente prescindibles. De hecho, parece que el principal motivo por el que están es para que su nombre figure en el cartel –con la consiguiente venta de entradas que ello implica-. El único que consigue salvar la papeleta es Lluís Soler, cuyo personaje resulta paradójicamente el más natural pese a ser el único dotado de inmortalidad.
Así pues, el principal valor de la función queda reducido a lo estético. El juego de sombras, luces (Quico Gutiérrez) y audiovisuales (Francesc Isern), compenetrados con armonía a la puesta de sol y a la idiosincrasia casi mística del teatro grec, apelan a la poética y a la imaginación del espectador. Los trucos visuales, como los palos que colocados conscientemente crean un gigante o las sombras que permiten imaginar monstruos moribundos o palomas voladoras, nos devuelven a la primigenia del espectáculo, a ese punto ingenuo, artesano e infantil en el que la sugestión es el elemento más poderoso.
Pese a todo, los protagonistas relatan con un ritmo muy lento y repetitivo. El desdoblamiento del personaje en cinco intérpretes (definitivamente el número atrae) y la carencia emocional del relato en tercera persona hace que no empaticemos con Guilgamesh y enfría la función. Las dos horas se hacen largas y pesadas y no logran conmover. A ver si para el 20º cumpleaños Broggi, sus hombres y su caballo consiguen emocionarnos más.