L’any 1818, Mary Shelley va dotar d’una vida perdurable el seu cèlebre monstre, que amb la seva multiplicitat orgànica acabaria esdevenint un mite fonamental de la nova societat contemporània, abocada a un replantejament profund de les construccions d’identitat en el nou món marcat per la industrialització i la reorganització dels poders fàctics.
Dos-cents anys després de la primera publicació de la novel·la, la directora Carme Portaceli porta a escena la història d’aquest Prometeu modern amb una dramatúrgia de Guillem Morales (director i guionista de la premiada pel·lícula Los ojos de Julia) que indaga en els territoris més tenebrosos de la humanitat ferida del mite.
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Sobriedad absoluta presenciada nada más entrar en la sala, hacía mucho que no veía tan despejado el escenario de la sala grande. En un principio podemos pensar que ya de por sí da miedo de lo que nos puede venir encima, pero que equivocados que estaríamos.
La escenografía diseñada por Anna Alcubierre, acompañada por una parte audiovisual de Miquel Àngel Raió, le va como anillo al dedo al montaje, incluso me atrevería a decir que lo eleva, hace que el espectador fije su atención en la escena, te atrapa.
La poda dramatúrgica es espectacular. Guillem Morales consigue lo que no consiguió la versión londinense, otorgar el mismo peso al doctor Frankenstein que a su creación. Aunque sigue siendo bastante fiel a la versión original, el intento por acercar la novela hasta nuestros días a través del acento en los conflictos morales del protagonista resulta de lo más acertado.
El mayor problema del montaje es la interpretación. La elección de sus dos protagonistas no ha estado la más adecuada. Si bien Joel Joan se transforma en un monstruo bastante óptimo y sólo desentona en algunos momentos donde el personaje se le va de las manos el movimiento físico, su compañero Àngel Llàcer está demasiado ausente. Llàcer pasa por el doctor Frankenstein sin tocarlo, ni en los momentos de relax ni en su camino hacía la locura, siempre nos regala las mismas expresiones, la misma cara, no hay verdad.
Y aunque los mayores aplausos fueron para sus protagonistas, la mejor interpretación (y de lejos) nos la regala un incombustible Lluís Marco. Es un auténtico mestre, dentro y fuera del personaje. Una lección de interpretación. Y dentro de los actores de reparto, una luz, Magda Puig, que ciega como Agatha y deslumbra como Elisabeth.(...)