L'any passat va fer un segle del naixement d'Arthur Miller, un dramaturg l'obra del qual es caracteritza per una forta càrrega social i política, amb un esperit crític que, a Les Bruixes de Salem, al·ludeix a un episodi d'histèria col·lectiva registrat a Salem (Massachusetts) el 1692.
Una petita comunitat rural amb unes normes religioses i de conducta especialment estrictes es veu sacsejada per un rumor: una de les noies del poble és víctima d'un malefici. La sospita que hi ha bruixes a la comunitat i els enfrontaments entre colons per la possessió de terres acabaran provocant la cruel condemna a mort de prop de vint-i-cinc persones, la major part de les quals eren dones.
L'atmosfera opressiva i irracional que es viu al Salem de l'obra va ser creada, però, com a reflex de l'ambient que es vivia als EUA dels anys cinquanta, durant un maccarthisme del qual Miller mateix va ser víctima. De fet, l'any 1957 va ser acusat de desacatament al Congrés per no haver volgut revelar noms de suposats comunistes americans, una sentència que finalment va ser anul·lada.
Uno de los mejores textos de Arthur Miller (1915-2005) y, con ello, uno de los más importantes del siglo XX, fue, justificadamente, el elegido para inaugurar el Festival Grec de Barcelona. El profundo retrato que hace el dramaturgo norteamericano de una sociedad que se defiende del miedo con fanatismo, viaja desde el siglo XVI hasta nuestros días, sin perder ni vigencia ni fuerza. En una versión muy acertada en los rompimientos brechtianos y la relación con el espectador, llena de referencias a las similitudes con la caza de brujas del macartismo y nuestros propios miedo cotidianos. Las líneas entre razón y viceralidad, mentira y verdad y, por lo tanto, entre maldad y bondad, quedan perfectamente desdibujadas en un mundo que no deja de repetirse pase el tiempo que pase. Es, sin duda, un gran texto.
Desgraciadamente una obra así necesita de una calidad actoral extraordinaria, que no encontramos en todo el reparto. Es muy difícil contar una historia como esta cuando los mejores actores no están en los personajes principales, o cuando la intensidad se confunde con la estridencia. Importan muchos otros matices que quedaron en el tintero de personajes clave como Abigail Williams o John Proctor. Hablamos de personajes de una complejidad enorme, con emociones encontradas todo el tiempo, que se mueven por razones de superviviencia, de emociones reprimidas y profundas culpabilidades, insertadas a fuego en la consciencia por un grupo de señores que creen que tienen la verdad y que caminan con ella en la mano. Es evidente que los actores que quedaron cortos frente a estos retos, aunque Lluis Homar y Anna Moliner destacan claramente en el reparto con sus acostumbradas actuaciones llenas de verdad y calidad técnica, mientras Yolanda Sey nos construía una Tituba auténtica.
Esta es una producción interesante a nivel visual. Sobria y trasladada correctamente a una época más contemporánea, sin aspavientos ni espectacularidades, pero eficiente en la creación de espacios y atmósferas. La escenógrafa y vestuarista Beatriz San Juan, escogió una estética limpia, sin obviedades, pero elemental, para describir la parca vida de los puritanos de Masachussets.
Es muy difícil hablar de la enfermedad del miedo irracional, que se alimenta de nuestra ignorancia y, lo peor, de nuestra buena voluntad. Como dice el propio Lluis Homar al inicio de la obra: " Con el miedo pasa lo mismo que con el amor, cuando ya no está, no se puede explicar".