Al principi dels anys noranta, després d’anys d’eufòria, de modernització i de projecció internacional, el país s’enfronta a una important crisi econòmica i de valors. Tres joves amigues, que es van conèixer estudiant periodisme, veuen com els seus camins vitals es van separant a mesura que aquesta crisi es fa gran. Valèria inicia la recerca de la seva identitat per les discoteques de la Ruta Destroy. Ana cobreix el crim més traumàtic de la història d’Espanya per a la televisió valenciana. I Encarna dirigeix la comunicació d’un jove polític que marcarà un canvi de paradigma a tot el territori valencià. Un viatge de més de deu anys per una història d’amistat, de música electrònica, de televisió i de pors contemporànies. Un viatge a un passat recent que ens permet rellegir el més immediat present.
És una creació de Jordi Casanovas, un dramaturg i director que ha utilitzat sovint la realitat com a material dramatúrgic (fent servir fins i tot la tècnica Verbatim en muntatges com Ruz-Bárcenas, Port Arthur o Jauría), però també ha escrit comèdies (Idiota, Un home amb ulleres de pasta o Mala broma) i drames (Una història catalana, La dansa de la venjança o Gasolina). Els seus textos han rebut diversos premis i estan sent estrenats arreu del món.
Con Valenciana Jordi Casanovas ha trasladado la ambición teatral de Una història catalana a la Valencia de los años noventa. Época de grandes cambios sociales y políticos, propiciados por el miedo y el aquelarre mediático del asesinato de las niñas de Alcàsser, el ascenso del PP a la presidencia de la Comunidad y la decadencia del fenómeno hedonista de la “ruta del bacalao”. Todo esto pasaba mientras se apagaban las cegadoras luces de los fastos del 92, aquellos que parecían haber pasado de largo de este punto del arco mediterráneo. Valencia 0 – España 92.
Elaborado híbrido entre el teatro documentado y la narrativa ficcionada con un punto débil: un cierto desequilibrio entre las dos partes por la tremenda potencia dramática que tienen los escenarios colectivos que disecciona la obra. En cada una de las arenas de este barroco circo de tres pistas, Casanovas coloca un avatar para meternos en el meollo de la historia. Cuando estos entes delegados (tres mujeres de distinta personalidad unidas por lazos de amistad) se alejan de este cometido dramático y cobran protagonismo sus vidas privadas, la obra rebaja su impacto esperpéntico. Con una salvedad representada por el personaje -cargado de patetismo- que acaba engullido por la máquina trituradora de la política sin freno ni ética. Una muy convincente Lorena López.
La intensidad regresa, como farsa, retrato tenebrista o crónica, cuando Casanovas se centra en teatralizar los titulares de las páginas de información política, sucesos o cultura. Entonces exhibe su mano maestra para hacer que la vida sea más grande que la ficción. Ya la demostró con Ruz-Bárcenas. Otra virtud destacada son las conexiones que establece con el presente. Descubrir que la inocencia mediática -a pesar de las promesas de contrición- se perdió definitivamente con la cobertura sensacionalista de los hechos de Alcàsser. Observar como ayer y hoy los medios captan y depredan las personalidades más narcisistas (gran trabajo de Carles Sanjaime) para explotar mejor el negocio de la muerte, la ira y la venganza. La gran diferencia es que ahora también los partidos ejercen de interesados captadores.
Estremecerse -entre agrias risas- ante la vulgaridad de las ambiciones políticas (Toni Agustí como fabuloso histrión), la chabacanería de sus comportamientos privados, la banalidad de sus decisiones gubernamentales y elemental de sus pasiones. Cuanto más imposible parece este retrato digno de Jarry, más ajustado a la cruda realidad es. Cuando se impone este convencimiento, Valenciana se eleva a obra necesaria, importante, digna del discurso (auto)crítico que debe asumir un teatro público.