L'escriptor austríac Stefan Zweig va publicar el 1939 una història en la qual es preguntava què era realment la compassió i constatava com era de difícil fer-se càrrec del dolor aliè. Era la història de l'oficial Hofmiller, un soldat austrohongarès convidat a una festa en un domicili benestant que comet un error fatal: demanar per ballar a una jove sense saber que una malaltia cruel l'impedeix de caminar. Mirant de compensar la seva inoportuna relliscada, el soldat comença a sovintejar la noia, propiciant així que ella caigui en un enamorament no correspost de conseqüències tràgiques.
La posada en escena del muntatge combina amb una saviesa poc usual els recursos del vídeo i el teatre, el diàleg i la narració. Perquè, en aquesta producció, els actors il·lustren l'acció mentre, en les ombres, altres veus d'actors diuen monòlegs interns o fan la funció de narradors omniscients. El resultat és un espectacle que posa tècniques i llenguatges diversos al servei d'una història excepcional ambientada en el context de la desintegració de l'Imperi Austrohongarès.
Simon McBurney, actor, director i cofundador de la llegendària companyia britànica Complicité (creadors de l'esplèndida versió de The Master and Margarita, vista al Grec 2012), uneix esforços amb l'Schaubühne de Berlín, una de les companyies alemanyes més innovadores del moment que, des del 1999, dirigeix Thomas Ostermeier.
Llevo días pensando en qué es lo que falló. La puesta en escena era perfecta, los actores inmensos, el tema interesante, la espectacularidad y el ritmo de la función bestiales… Y sin embargo noté algo, un pequeño aviso del cuerpo que me recordaba que no me había conmocionado. ¿Por qué una obra que lo tiene todo no me ha hecho vibrar?
Después de días preguntándomelo, sigo sin estar del todo segura de la respuesta. Pero creo que tiene que ver con la falta de humanidad del desencadenante, el personaje de Edna –magnética interpretación la de Marie Burchard-. El planteamiento es una situación similar a la de El zoo de cristal de Tenesee Williams, si bien aquí el punto de vista es el del caballero. Desconociendo la cojera de la joven, el teniente Anton Hofmiller la invita a bailar, produciéndole así una humillación imperdonable para la sociedad del imperio austrohúngaro de los albores de la primera guerra mundial. Intentando arreglar su error, el teniente empieza a tratarla con una especial cortesía que la chica acaba interpretando como amor. El teniente, por no atreverse a enfrentar la verdad, sigue alimentando sus esperanzas hasta llegar a un punto de no retorno.
A falta de haber leído la novela de Stefan Zweig en la que se basa la obra, creo que Edna no es ni debe ser solo una pobre chiquilla desvalida. Pero tampoco es una manipuladora caprichosa y esquizofrénica como se presenta en esta coproducción anglo-germánica de la compañía Complicitéy el director Simon McBurney. Más que por la compasión, la reacción del teniente parece promovida por el miedo. Y ahí radica el error. Parece que estemos viendo una película de suspense. Gritos, sonidos fuertes y música de tensión que se aleja de la humanidad, de la calidez, de la compasión… Y del mensaje.
Por supuesto que es un gran montaje y que se merece los aplausos que recibió. Por supuesto que vale la pena haberla visto, aunque solo sea como una lección de cómo hacer una obra tremendamente absorbente con elementos aparentemente sencillos. Por supuesto que tiene mérito esa forma de conservar la prosa sin perder el ritmo, en la que los actores ejercen a la vez de personajes y de narradores llenos de fuerza. Por supuesto que es brillante el simbolismo utilizado, con una poca indumentaria –la chaqueta del teniente, el vestido de Edna…- que consigue crear imágenes que hablan más que cualquier palabra. Por supuesto que impacta ese final, con una cascada de fotografías de todas las desgracias históricas de las que la sociedad –y todos nosotros- es/somos indirectamente culpables. Pero hay algo en el tono oscuro, en la magnificencia de la tragedia, que la aleja del alma y de la empatía que debería generarle.