Coralina és la serventa de la mansió d’Ottavio, on va néixer i va ser criada “com una filla” al costat de l’hereu, el jove Florindo. Però ara el senyor Ottavio ha enviudat en una edat avançada i s’ha tornat a casar amb Beatrice, que mou tots els fils amb astúcia per tal que el seu propi fill, Lelio, sigui el destinatari de l’herència del vell. Ha aconseguit desterrar el jove Florindo de casa seva i Coralina, degradada a la condició de serventa d’últim nivell, ha decidit seguir-lo. Sobreviuen gairebé com captaires amb la miserable pensió que els passa l’encegat senyor Ottavio. Però Coralina és lúcida i tossuda, i es fixarà com a missió restaurar la bona posició de Florindo davant del seu pare i el seu patrimoni…
Així comença un teixit enredat d’estratègies i complicacions que desencadenarà fervors amorosos, pactes amb notaris, complots entre el servei i molts objectius entrecreuats en una història apassionada que convertirà el Teatre La Biblioteca en una festa… i en un gran embolic
Hay una imagen terrible que resume la vida y la obra de Carlo Goldoni. Es febrero de 1793 y los revolucionarios franceses, que acaban de guillotinar al rey, devuelven al viejo dramaturgo de su corte la pensión que le habían quitado un año antes. Demasiado tarde. Goldoni ha muerto la víspera, pobre y enfermo, devorado por la Revolución que tanto había insinuado desde las tablas. Es el triste final de quien llenó los teatros de carcajadas. El reconocimiento tardío de quien habló demasiado temprano. El amargo destiempo que ensombreció una vida y encumbró póstumamente una obra. Porque Goldoni fue de los primeros en usar el lenguaje teatral y político que hoy llamamos contemporáneo. Aún sorprenden sus alegatos contra la misoginia, la rebelde ironía de sus personajes femeninos que resuena hasta Olympe de Gouges y su Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana que fue arrollada, como el propio Goldoni con su pensión, por la furia universal masculina de Robespierre, Dantón y quienes sólo reconocían derechos al hombre y al ciudadano. Teatralmente, tampoco fue más fácil. Goldoni intentó que la commedia dell’arte representativa, premediata e all'improviso fuera menos all'improviso y más premediata. No se podía fiar la función a los chascarrillos sobre la marcha de unos actores enmascarados que memorizaban la lista de escenas de un canovaccio. Había que premeditar los chistes, cebarlos literaria e ideológicamente, dar la cara en todos los sentidos. Y ahí se juntaban las dos revoluciones goldonianas. Una mayor ambición teatral era una mayor ambición política. La organización, como suele decirse, es la clave de la victoria. Y Goldoni se organizó literaria y políticamente. Sólo que la victoria final, que cambió el mundo y el teatro, le llegó depués de muerto.
Coralina, la serventa amorosa es una de las victorias goldonianas. Y la versión que ha montado Oriol Broggi en La Perla 29 lo demuestra con una brillantez casi didáctica. Es un título menos popular que La hostalera o El servidor de dos amos, pero que revela quizá con más detalle aquel mundo prerrevolucionario y decadente de reír por no llorar. La trama es endiablada, pero confiesa sus intenciones desde el principio. El viejo Ottavio, después de enviudar, se ha casado con la joven Beatrice. Como buena madrastra, Beatrice es mala, y riñe con su hijastro Florindo para echarlo de casa y arrebatarle la herencia de su padre. Entonces entra Coralina, la buena vasalla si tuviera buen señor, y se lanza a la jungla feudal para desbrozar el camino hacia un final feliz, retorciendo las reglas estamentales hasta convertir la justicia poética en un sueño de justicia social, donde los vasallos enseñorean a los señores y donde las mujeres son respetadas por los hombres. Todo eso sin cantar revolución, sin trastocar el decoro teatral ni la pirámide social, apuntando un escandaloso matrimonio morganático para desmentirlo enseguida, lanzando la piedra que relanzará el Fígaro de Beaumarchais pero escondiendo la mano porque esto aún no es París ni es 178… Es 1752 y la Serenísima República de Venecia. Demasiado pronto y demasiado lejos. Pero Coralina ya suena a la seductora posibilidad de cambiarlo todo de arriba abajo.
Broggi ha hecho un Goldoni de época que no es de época, ni falta que le hace. Una austera escenografía en madera, más cerca del corral de comedias que del teatro a la italiana, en el maravilloso espacio rocoso de la Biblioteca Nacional de Catalunya, con sus ventanas de ámbar, una sencilla cortina de foro y cuatro piezas de mobiliario. Pero el gran acierto es una dirección de actores que hace volar el texto, con un tono afinadísimo entre el histrionismo de máscara y el realismo de calle, entre el arquetipo del arte y el personaje de diario. Deslumbra la Coralina de Mireia Aixalà, que se rebela como mujer, como criada y como secundaria venida a protagonista, hablando llano y contemporáneo como nadie más del reparto. Sólo la acompañan en su prosodia de andar por casa, y ni siquiera siempre, el Florindo de Sergi Torrecilla y la Rosaura de Clara de Ramón, los encantadores bobos de clase alta que no saben sacarse las castañas del fuego. El resto del elenco es pura carcajada, desde el pusilánime Ottavio de Xavier Boada a la dúplice Beatrice de Rosa Gamiz, pasando por el patético petimetre del Lelio de Jaume Viñas, el bruto y bonachón Arlequino de Joan Arqué, el achulapado Brighella de Ireneu Tranis o la discreta socarronería, de mirada al sesgo y medias palabras, del Pantalone de Ramon Vila y del Notario de Xavier Ruano. Ahí está la comedia del arte al completo, con sus canovacci y sus estereotipos, sólo que exprimidos en todo su jugo por la premeditación y la alevosía de Goldoni, y defendidos por un elenco en ex aequo estado de gracia.
La Coralina de Broggi pone un broche de oro a la temporada 2022-2023. Estrenada en la Biblioteca el 31 de mayo, estará en cartel nada menos que hasta el 28 de julio. Un órdago programador de dos meses largos que atravesará el Grec y que está agotando entradas casi cada noche. El furor taquillero recuerda al de Tots eren fills meus de David Selvas en el Teatre Lliure el pasado febrero. Y sugiere parecidas conclusiones. Hay hambre de clásicos en las plateas de Barcelona. O aún más: hay hambre de los clásicos más clásicos, de las versiones de época en su atrezo más despojado. Segundo aviso de la platea en tres meses. Los grandes nombres no sólo están vigentes, además son rentables. La fantasía, en verdad, de cualquier programador: hacer caja buceando en el repertorio. Y no se trata, obviamente, de renunciar al experimento o a la creación contemporánea, pero sí de guardar un ojo en el retrovisor de los últimos dos mil quinientos años. Si uno piensa, además, en el mensaje levantisco de esta Coralina y en las victorias y derrotas que arrastra hasta hoy mismo, su programación no puede llegar más a tiempo. Es probable que las palabras de Aixalà suenen muy distintas a finales de julio que a finales de mayo. Prueba de la inquietante actualidad de los clásicos. Esperemos que Goldoni vuelva a salir victorioso.