Text, dansa i música en directe en un espectacle contra l’oblit.
Cinc històries entrellaçades sobre els sofriments de milers de dones a les presons de l’Estat espanyol durant la guerra. Esposes, mares, filles i germanes però també, i sobretot, militants, sindicalistes, guerrilleres i lluitadores incansables per la democràcia i pels drets adquirits.
Espectacle finalista en la categoria de disseny de vídeo. Premis de la Crítica 2015
Pocas veces un espectáculo recibe una respuesta tan unánime y entusiasta como la del estreno de Només són dones. Carmen Domingo que nos sorprendió y emocionó con Yo maté a mi hija (Sala Muntaner, 2014), hace su segunda incursión en el teatro como dramaturga; ahora con un puñado de historias entrelazadas: un “falso monólogo” en el que se integran las voces de cinco mujeres represaliadas por el fascismo tras la Guerra Civil. Domingo parte de un profundo conocimiento del tema -no en vano es autora del ensayo Con voz y voto. Las mujeres y la política en España (1931-1945)- para ficcionalizar la verdad histórica que se esconde tras centenares de testimonios reales de la represión franquista. La dramaturgia de los duros y bellos retratos que dibuja Carmen Domingo, cuenta con la inteligencia escénica y el oficio de Carme Portaceli, incansable luchadora por descubrirnos nuevos autores y siempre comprometida en la vindicación feminista o, llanamente, femenina. A Portaceli debemos el haber convertido el texto en un monólogo a tres voces: la de Míriam Iscla (actriz), la de Maika Makovski (compositora e intérprete musical) y la de Sol Picó (coreógrafa y bailarina). Una especie de eco en el que una primera voz se ve amplificada por las otras dos en una magnífica caja de resonancia que, con forma de megáfono, ha diseñado Paco Azorín. Dos líneas que convergen en un oscuro punto de fuga: la una la traza una pantalla donde se proyectan las imágenes, fotográficas o fílmicas, y los textos que le dan al espectáculo el tono documental, la otra la forman la disposición de los escasos elementos escénicos y la luz. Una música que recoge letrillas populares reinterpretándolas, y una coreografía que es un concadenado de solos de la fisicidad propia de Sol Picó, tan adecuadas como contundentes. Pero creo no equivocarme al afirmar que lo que puso en pie al público del estreno fue la grandiosa interpretación de Míriam Iscla. En el marco perfecto, la actriz realiza una encarnación chamánica de todas y cada una de las cinco mujeres a quien presta cuerpo y voz. Cada una de ellas se mueve y habla de forma diferente, alzándose como símbolo y referencia de la creyente o la atea, de la letrada o la analfabeta, de la ingenua o la cínica… en una enorme exhibición de su capacidad para cambiar de registro. A través de Míriam Iscla, reviven miles (no podemos saber el número porque “sólo eran mujeres”) de madres, hermanas, amigas, amantes, esposas, hijas… Todas ellas defendieron a su modo la legalidad de la IIª República Española contra la sublevación fascista, ese fue el delito por el que fueron asesinadas, torturadas, violadas… y, aún hoy, terriblemente olvidadas.